15 ENERO 2018 /
Desde que hace años surgió la noticia de la posible demolición del Hotel Miramar, ahora más cerca que nunca, la corriente social generalizada ha sido la de defender la necesidad de mantener el edificio en pie, aludiendo a su importancia arquitectónica, a cierto sentimentalismo histórico y a la utilidad pública que pudiera tener.
Prácticamente inexistentes han sido las voces, al menos entre el sector más público, que se han pronunciado en contra de su protección. Hoy hemos hablado en Castro Punto Radio con una persona que tiene una opinión distinta a la generalizada. Se trata del arquitecto cántabro Fernando García Negrete. Vivió en Castro Urdiales parte de su niñez y ahora reside en Santander. Ha participado en cinco de las obras de remodelación que se han llevado a cabo a lo largo de los años en la iglesia de Santa María y ha tomado parte en la rehabilitación de muchos edificios históricos en la región.
Sobre el Miramar dice que “el actual edificio no tiene suficientes valores que justifiquen de forma clara su protección”. Y es que “el inmueble que existe actualmente está bastante deteriorado y enormemente modificado con respecto al original, que sí tuvo mucho interés. Era de los años 40 y fue promovido por el Ayuntamiento para generar mayor presencia del turismo y revitalizar el pueblo desde esa óptica”.
Aquél “sí era interesante y habría merecido la pena su conservación”. Por el contrario, el actual “prácticamente duplica la volumetría con respecto al inicial y desde la óptica del puro interés comercial de disponer de un hotel con mayor rentabilidad económica para lo que se necesita un número determinado de habitaciones”.
En relación al actual Miramar, “no digo que sea un mal inmueble y que no tenga su cierto interés, pero en absoluto es digno de ser considerado con un Bien de Interés Cultural”. Si a eso se le añade el hecho de que “recientemente se le revistió con una loseta cerámica marrón y que está abandonado, el resultado es que, desde mi punto de vista, tanto por ese aspecto como por otros, creo que sería bueno dedicar esfuerzos a otros aspectos y no a éste que me parece que está bastante perdido”.
Según este arquitecto, “la playa de Castro no necesita un hotel ni otro usos más o menos exóticos, sino un bar-cafetería, aseos públicos y alguna dependencia para salvamento y atención sanitaria”. En suma, “un pequeño edificio de una sola planta”.
En este sentido, “mantener un inmueble en pedazos no me parece ni riguroso, ni lógico ni sensato. Los arquitectos del siglo XXI, con nuestros defectos, creo que estamos capacitados para dar una respuesta adecuada a un edifico y los usos que deba de albergar”. Por eso, “los usos que entiendo que debieran existir en ese lugar no son los de un hotel porque hay muchos lugares para ello”. En función de su ubicación en la playa, “una terraza cubierta o descubierta, una cafetería o un pequeño restaurante entiendo que son servicio ligados al uso playero y darían una respuesta pero, desde luego, no ese enorme edificio para una arenal pequeño como es el de Castro”.
Por todo lo anterior, García está en contra de la figura de protección para el inmueble, aunque sea lo que se ha defendido de forma generalizada y “lo puedo llegar a entender”. Y es que, “se dan una serie de conceptos, entre ellos el sentimental de esa identificación que tenemos de playa y hotel en conjunto. Resulta doloroso perderla y lo entiendo, pero hay que asumir que las cosas, a veces, no son como nos gustaría que fueran. Existe ese factor sentimental y también impera la idea de conservación de lo que algunos consideran patrimonio histórico, aunque otros como yo difieran”.
Para Fernando García, hay “otros casos que merecerían más atención y esfuerzo económico”. Ha dejado claro que, por su experiencia profesional, “soy sensible a este campo y no me siento ajeno a la protección del patrimonio pero, precisamente por eso, creo que debemos centrar nuestras energías hacia lo importante”.