El movimiento ‘Cantabria No Se Vende’ (CNSV) está llevando a cabo una campaña para denunciar “los procesos de turistificación que ocurren en nuestra comunidad” colocando carteles, también en Castro (en la imagen, en la calle San Juan), con paisajes cántabros atravesados por el turismo masivo en paredes e incluso marquesinas. ‘Cantabria finita’ es el lema escogido para esta campaña, que pretende “concienciar sobre el impacto social y medioambiental del turismo masivo”.
“Cantabria No Se Vende” es una coordinadora que engloba a medio centenar de colectivos y asociaciones de la región. Su portavoz, Diegu San Gabriel, señalaba en Castro Punto Radio que “lo necesario es pensar si este modelo nos gusta o no. Viene impuesto y no nos planteamos cómo debería ser. El turismo bienvenido sea, pero como complemento de una economía productiva”. Lo que tenemos ahora, añadía, “empobrece a la inmensa mayoría, degrada y masifica. ¿Merece la pena perder nuestra calidad de vida?”, se preguntaba.
En su opinión, “la gente busca paisaje, cultura, patrimonio y la comida tradicional. Debemos ser coherentes en cómo nos desarrollamos con un turismo que se integre en nuestra sociedad”.
San Gabriel hablaba de “paisanos que se ven desplazados” y casos como el de Comillas, donde “con un bando del Ayuntamiento, prohíben abonar los campos en fin de semana porque hay turistas”. También hay episodios surrealistas como el de Valdáliga, donde “hubo turistas que preguntaron a un vecino si podía bajar el volumen de los campanos de las vacas”.
CNSV explica que “el verano pasado, en plena pandemia, Cantabria batió récords de visitantes, pero también de malestar de sus habitantes, que en los meses de julio o agosto encuentran sus entornos masificados y degradados, irreconocibles. Cada vez hay más paisanos que comentan lo insoportable que resulta convivir con este modelo turístico, viéndose incluso desplazados de sus prácticas y estancias tradicionales”.
En zonas como Castro “hace tiempo que nos llega esta sensación, como ocurre también con Laredo o Noja”. La construcción masiva de las últimas décadas “ha agotado el suelo y no lo hay disponible para servicios importantes”. Y los precios “echan a la gente” de esos lugares porque no pueden afrontarlos.
Por ello, desde este movimiento quieren abrir un debate sobre el modelo de turismo “que se está imponiendo cada vez más, para que sea coherente con un proyecto de desarrollo socioeconómico cántabro. La gente no viene a Cantabria buscando polígonos eólicos, urbanizaciones de pareados, comida basura y hormigón, no tiene sentido alguno decir que se apuesta por un turismo de calidad mientras se apuesta políticamente por un sucedáneo de Marbella o Benidorm, con menos horas de sol”.
La coordinadora considera que debe apostarse “por un sector turístico diferente, integrado en la sociedad cántabra. Que respete los derechos laborales, que valore y no degrade nuestro patrimonio histórico, natural y cultural. Que sea complemento de una economía productiva y no su único pilar”, añadiendo que “ha quedado demostrado que las economías diversificadas e independientes resisten mucho mejor cualquier coyuntura”.